Tras años de tensiones, ¿a quién beneficia realmente la tregua EE.UU. – China?. ¿Qué sectores se han reactivado gracias a este reciente diálogo sobre aranceles?
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En un giro inesperado tras meses de escalada en la guerra comercial, Estados Unidos y China anunciaron una tregua de 90 días que reduce significativamente los aranceles impuestos entre ambas potencias. Washington bajó sus tarifas sobre productos chinos del 145% al 30%, mientras que Pekín redujo las suyas del 125% al 10%. Este acuerdo, alcanzado tras intensas negociaciones en Ginebra, ha sido descrito por el presidente estadounidense, Donald Trump, como un “reinicio total” en las relaciones bilaterales, y por el director del Consejo Económico Nacional, Kevin Hasset, como un “nuevo comienzo con China”. Pero, ¿quién sale realmente beneficiado de esta distensión, y qué sectores están sintiendo el alivio inmediato?
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La guerra comercial entre las dos mayores economías del mundo, que representan más del 40% del PIB global, había paralizado cerca de 600,000 millones de dólares en comercio bilateral, tensando cadenas de suministro y generando temores de estanflación.
La tregua llega en un momento crítico, tras una contracción del 0.3% en el PIB estadounidense y un crecimiento económico chino que, aunque sólido (5.4% en el primer trimestre de 2025), enfrenta presiones deflacionarias internas. Los mercados reaccionaron con entusiasmo: el S&P 500 subió un 2.7%, el Dow Jones un 2.4%, y el yuan offshore se apreció un 0.5% tras el anuncio.
El acuerdo, aunque temporal, ofrece un alivio inmediato a empresas y consumidores en ambos países. “Es mejor de lo que esperaba. Pensaba que los aranceles se reducirían a alrededor del 50%”, señaló Zhiwei Zhang, economista jefe de Pinpoint Asset Management en Hong Kong.
Esta pausa no solo frena la espiral de represalias, sino que abre una ventana para renegociar desequilibrios comerciales que han sido una obsesión de la administración Trump desde 2018.
La reducción arancelaria beneficia directamente a sectores estratégicos que habían sido golpeados por las tarifas. En Estados Unidos, la industria tecnológica, liderada por gigantes como Apple, Meta y Google, respira aliviada. La exención de aranceles a productos como smartphones y ordenadores, anunciada previamente en abril, se ve complementada por esta tregua, que reduce los costos de componentes importados desde China. Apple, por ejemplo, que había enfrentado presiones por el encarecimiento de los iPhone, podrá estabilizar precios y márgenes.
El sector automotriz, tanto en EE.UU. como en China, también se beneficia. La reapertura del acceso estadounidense a minerales críticos y tierras raras, previamente restringidos por Pekín, es un impulso para fabricantes como Tesla y General Motors, que dependen de estos materiales para baterías y sistemas electrónicos.
En China, la reducción de aranceles sobre bienes estadounidenses reactiva la importación de vehículos y piezas, un mercado clave para marcas como Ford.
La industria de semiconductores, vital para ambos países, ve una oportunidad de estabilización. Las restricciones chinas a la exportación de materiales como galio y germanio habían encarecido la producción de chips, afectando a empresas como Intel y NVIDIA.
Con la tregua, las negociaciones podrían allanar el camino para un suministro más fluido, aunque Scott Bessent, secretario del Tesoro, aclaró que los aranceles sectoriales específicos seguirán vigentes.
En el ámbito agrícola, la tregua podría revitalizar las exportaciones estadounidenses de soja y otros productos a China, que en 2024 representaron 14,000 millones de dólares menos que en 2017 debido a las tensiones comerciales. Sin embargo, países como Argentina, que habían ganado terreno en el mercado chino durante la guerra comercial, podrían enfrentar mayor competencia.
¿Quién gana más?
A primera vista, ambos países obtienen beneficios. Para Estados Unidos, la tregua mitiga el riesgo de recesión, reduce la presión inflacionaria y alivia a consumidores que enfrentaban precios más altos en tecnología y bienes de consumo.
La administración Trump, que había defendido los aranceles como una herramienta para reducir el déficit comercial (que alcanzó los 440,000 millones de dólares con China en 2024), puede presentar esta distensión como una victoria diplomática sin abandonar su postura proteccionista.
Para China, la reducción arancelaria preserva millones de empleos en su sector exportador, que enfrentaba la amenaza de perder 5 a 10 millones de puestos de trabajo si la guerra comercial continuaba. Además, refuerza la narrativa del gobierno chino de que su economía es resiliente, capaz de soportar presiones externas mientras mantiene un superávit comercial récord de casi 1 billón de dólares en 2024.
Sin embargo, la tregua no resuelve los problemas estructurales. Estados Unidos sigue exigiendo mayor acceso al mercado chino para sus empresas, mientras que Pekín insiste en un diálogo basado en “respeto mutuo” y critica las medidas estadounidenses como “chantaje”. El acuerdo no aborda cuestiones como los subsidios industriales chinos o las prácticas tecnológicas que desencadenaron la primera guerra comercial en 2018.
No todos están convencidos de que esta tregua sea un punto de inflexión. Posts en X reflejan una mezcla de optimismo y cautela: “Menos aranceles, más incertidumbre. El pacto no es vinculante, carece de enforcement y no aborda temas estructurales”, escribió un usuario.
Analistas señalan que los 90 días podrían ser insuficientes para resolver disputas complejas, y Trump ya ha advertido que, sin avances, las tensiones podrían reanudarse.
El secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha enfatizado que la tregua es una “oportunidad para un comercio equilibrado”, pero también dejó claro que los aranceles no bajarán del 10% y que los relacionados con el fentanilo (20% adicionales) podrían mantenerse. En China, el Diario del Pueblo advirtió que “la determinación de China de proteger sus intereses no cambiará”, sugiriendo que Pekín está preparado para nuevas represalias si las negociaciones fracasan.
¿Un nuevo comienzo o una pausa táctica?
El optimismo de Kevin Hasset contrasta con la realidad de una relación bilateral marcada por la desconfianza. La tregua es un paso hacia la desescalada, pero su éxito dependerá de la voluntad de ambas partes para ceder en temas espinosos. Para las empresas, la reducción de costos y la reactivación del comercio son un alivio tangible. Para los consumidores, significa precios más estables en un contexto de inflación global. Para los gobiernos, es una oportunidad de reposicionarse sin perder la cara.
En los próximos 90 días, las conversaciones en Ginebra definirán si este “nuevo comienzo” es el preludio de un acuerdo duradero o simplemente un alto en el fuego antes de la próxima batalla comercial. Mientras tanto, el mundo observa con esperanza, pero también con cautela, los movimientos de estas dos superpotencias.